Horowicz y la Lógica de un Peronismo sin Relevo

"Los números resuelven algunas discusiones"

La frase, lanzada por Alejandro Horowicz en su reciente entrevista en el canal Neutral, no es un recurso técnico. Es un bisturí. En un escenario saturado de épica impostada y lamentos por la "derechización" social, Horowicz opta por la aritmética. Y la aritmética es brutal.

El peronismo no está frente a una derrota. Está frente a un acta de defunción estratégica. Lo que vemos no es un reacomodamiento de fuerzas; es la consecuencia de un sistema político que agotó su capacidad de representación y ahora opera en un vacío que la nueva derecha explota con una lógica puramente disruptiva.

El análisis de Horowicz deconstruye la ilusión del poder territorial bonaerense. Sostiene que el triunfo de Kicillof en 2023 fue un espejismo: ganó (4.3M de votos) solo porque la derecha fue dividida (PRO 2.5M + LLA 2.3M, sumando 4.8M). La prueba del colapso llegó en el balotaje: mientras La Libertad Avanza transfundía 2 millones de votos desde el PRO, el peronismo apenas lograba sumar 300 mil.

Las "peceras" electorales de la derecha, como las llama Horowicz, son "conectables". La del peronismo, no.

El peronismo bonaerense ya no tracciona. Solo resiste. Su "techo y su piso empiezan a juntarse peligrosamente" afirma.

El problema, insiste el ensayista, no es táctico, es estratégico. La campaña del peronismo consistió en un único imperativo: "Frenar a Milei". Fue una táctica defensiva que ignoró un hecho material: "la sociedad argentina no está a favor de frenar a Milei". Cuando una fuerza política confunde una táctica (frenar al otro) con una estrategia (un proyecto propio), "no tenés estrategia".

Y el peronismo, según Horowicz, no tiene estrategia desde hace medio siglo.

Aquí es donde el análisis abandona la coyuntura y busca la causa raíz, la lógica del sistema que falló. El momento fundacional de esta agonía no es 2023, ni 2015. Es 1975. Con el "Rodrigazo", se produce la ruptura estratégica entre la dirección política del Movimiento Obrero y la conducción política (en ese momento, María Estela Martínez de Perón). Ese vínculo, que fue la columna vertebral del primer peronismo, no se recompuso más.

Los dirigentes sindicales, sentencia, "solo son dirigentes sindicales". No son dirigentes políticos.

La evidencia es contundente. Horowicz toma el caso del sindicato docente bonaerense (SUTEBA): sus cúpulas están repletas de peronistas y trotskistas, sin un solo dirigente macrista. Sin embargo, tanto en 2015 con Macri como en 2023 con Milei, esos candidatos ganaron por paliza entre los docentes. La conclusión es terminal: "esos dirigentes sindicales políticamente no dirigen".

Si la estructura que te daba sustento material y político está rota desde hace 50 años, ¿qué la reemplazó? Nada. Solo la gestión de la inercia.

A esta ruptura estructural se suma una ruptura generacional, también producto de una decisión política. Horowicz conecta directamente el voto "sub-40" que explica el fenómeno Milei con la reforma educativa de 1995.

Es una tesis dura: treinta años después de aquella reforma menemista, el resultado es palpable. "Hundís la calidad de la educación pública y hundís la calidad del debate político".

Se ha fabricado un nuevo sujeto social que se mueve en un paradigma diferente. Es un sujeto al que el discurso tradicional del peronismo ya no interpela; de hecho, lo irrita. Cuando el progresismo agita el fantasma de que "vienen por tus derechos", el joven precarizado, "el del Rapi" que no tiene vacaciones, ni aguinaldo, ni ART, siente que le están tomando el pelo.

Horowicz identifica aquí una perversión de la lógica política. Un "derecho", si no es universal, "es un privilegio". El trabajador informal no se siente parte de un colectivo que pierde derechos; se siente excluido de los privilegios de otro, como el empleado bancario que tiene sus paritarias atadas automáticamente a la inflación.

En esa fragmentación, la nueva derecha no necesita proponer una utopía. Solo necesita gestionar el resentimiento. El precario "piensa que la igualdad es bajarlo al otro de donde está".

Este es el terreno fértil para la "estafa". El sistema político se ofrece como una "lotería", y para que una estafa funcione, dice Horowicz, "la predisposición a ser estafado tiene que existir previamente". La sociedad no votó por un programa, votó por un ticket de lotería disruptivo.

En este dispositivo del vacío, ¿quiénes son los responsables? Horowicz es explícito y apunta a la cúpula. Sostiene que Cristina Fernández de Kirchner es la "responsable en primer lugar de la ausencia de esta estrategia" y, en segundo lugar, de "taponar las posibilidades para que surja una conducción alternativa".

El resultado de ese taponamiento es la dirigencia actual. Una clase política que, en ausencia de estrategia, se convirtió en un staff de "profesionales".

No hay convicción. Hay gerencia.

Los ejemplos de Horowicz son lapidarios: Daniel Scioli, candidato presidencial del peronismo en 2015, hoy es funcionario de La Libertad Avanza. Miguel Ángel Pichetto, jefe del bloque de senadores kirchnerista durante una década, fue candidato a vicepresidente de Macri. Son, en la práctica, intercambiables. Trabajan "para la compañía que trabaje".

Milei, lejos de ejecutar a la casta, simplemente recogió "los rezagos", los "saldos invendibles".

El análisis de Horowicz resuena mucho más allá de la política nacional.

La "lógica del privilegio" que fomenta el resentimiento es la misma que fragmenta la conversación pública local: la queja del comerciante que paga impuestos contra la asistencia social, o la del empleado privado contra la estabilidad del municipal. Es la misma fragmentación.

El espejo que ofrece Horowicz es implacable. La "larga agonía" que él describe para el peronismo es una advertencia para cualquier estructura de poder. Cuando se pierde la estrategia y se tapona el relevo, solo queda la administración del vacío.

Y el vacío, tarde o temprano, siempre se llena.